Probablemente uno de los momentos más chocantes que me tocó vivir en Rusia haya sido cuando al ingresar a un edificio me encontré con la cubierta de un ataúd apoyada contra la pared, ahí nomás, a la vista de todos en la entrada.
El hecho de que semejante objeto fúnebre estuviera circunstancialmente acompañado por un triciclo y un pequeño trineo me recordó que acá todo es posible, y creo que en medio del impacto llegué a sonreir un poco.
Lo más rápido que pude averigüé a qué podía deberse esta inesperada escenografía, y resultó que es una práctica normal, según la tradición rusa, cuando cuando alguien muere. Efectivamente una persona había fallecido en ese edificio, así que mientras el cuerpo permaneciera en el departamento (¡entre 2 y 3 días!) a modo de velatorio, el intimidante cajón seguiría visible para los vecinos y huéspedes como señal de lo que sucedía.
Cuando finalmente se llevaron al difunto, en el camino quedaron algunas flores esparcidas intencionalmente como parte del rito.